Ha llegado la hora de empezar a cantar, de buscar instrumentos y una orquesta formar. Tomillo, Canela, Coco, Pimienta y Vainilla serán la receta perfecta para preparar un menú musical. Salvo que su infancia haya pasado amarrados a la pata de una cama o debajo de una piedra, sabrán que estoy hablando de Oki Doki y del rayón en el lóbulo temporal medial que nos dejó a todos.
Oki Doki representa para muchos de nosotros el inicio del fin de semana, la alegría de empezar los sábados, porque para eso si madrugábamos: para ver Oki Doki a las buenas ocho de la mañana. El que diga que no, que siempre los odió, que eran unos ridículos, que el/ella siempre dijo que era malísimos y jamás los vio, puede largarse ya, llevarse su bilis a los foros del lector de algún periódico. Gracias, respetamos su opinión, pero no nos interesa.
Oki Doki representa para muchos de nosotros el inicio del fin de semana, la alegría de empezar los sábados, porque para eso si madrugábamos: para ver Oki Doki a las buenas ocho de la mañana. El que diga que no, que siempre los odió, que eran unos ridículos, que el/ella siempre dijo que era malísimos y jamás los vio, puede largarse ya, llevarse su bilis a los foros del lector de algún periódico. Gracias, respetamos su opinión, pero no nos interesa.
Lo cierto es que Oki Doki puede que fuera ridículo, pero eso no importó nunca. Sagradamente nos levantábamos a ver qué receta y qué famoso de turno iba a estar en La Perolera y luego a que los ocurrentes muchachos hicieran las delicias de nuestra mañana. Eran otros tiempos, en los que se gozaba barato. Muy barato.
¿Cuál era la premisa de Oki Doki? Ninguna plausible: un grupo de muchachos de edades indeterminadas se apropiaron de una casa, montaron una heladería y cantaban. Poco más. Al parecer esa era la receta infalible para cualquier cantidad de peripecias y problemas que resultaban ser la trama del programa. Porque esa heladería no debía producir utilidad alguna. Nadie la administraba, no se veía que vendieran muchos helados y la casa no vivía precisamente atiborrada de clientes. Salvo que la heladería fuera un lavadero, no se explica cómo sostenían esa casa; hecho que se sustenta con la presencia de un oscuro personaje, el Dr. Cuervo, abogado (de aquí que se refuerce la hipótesis del lavadero) que nadie sabe qué función cumplía pero que pareciera pretender justificar y darle piso a todo lo que pasaba en esa casa.






Sea este el momento de rendir homenaje a Oki Doki. Mea culpa por haberlo visto religiosamente, al punto que hoy recuerdo a personajes menores como Patilla, Cominito y el ya mentado Dr. Cuervo. Que Oki Doki sea parte esencial de nuestra infancia/preadolescencia es innegable, lo que no logro saber es si eso habla bien o mal de nuestra generación. Si usted era de los que se levantaba más tarde porque prefería ver Paz Verde, si nunca se pateó el programa desde que arrancaban a hacer huevos pericos con Jorge Cárdenas o alguien así en una cocina de cartón, si mientras leyó esto no tarareó alguna canción así fuera la del comienzo usted, querido(a) lector(a) es una de dos: un mentiroso o un ser triste y gris, merecedor de mi lástima. Si, por el contrario, tiene las agallas de reconocer que lo vio y lo disfrutó, a pesar de todas sus carencias, estoy seguro que hoy se unirá a nosotros en celebrar aquellos tiempos felices que afortunadamente nunca volverán.
HAHAHAHA MUY CHISTOSO! Ke malo eres, pero es cierto. Saludos desde Australia, gracias por hacerme reir.
ResponderEliminarjajaj es verdad a mi me hacia dar miedo el espiritu de la mujer vestidad de blanco, que se aparecia por la casa.
ResponderEliminargracias por los recuerdos
Ud tiene un talento especial para hacer reír, me gustó mucho su artículo... jartar con ud debe ser la locura.
ResponderEliminarYo veía ese programa solo por Carolina Cuervo
ResponderEliminarApenas hoy leo esto. Pero me he reído mucho. Y si, lo vi religiosamente
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